Cómo sacar el máximo rendimiento y liderar sin fundir al equipo

Un desafío complejo del liderazgo no está en exigir más, sino en sostener el rendimiento sin destruir la confianza del equipo. Aunque parece contraintuitivo, muchas veces la clave no está en corregir más o gritar más alto, sino en destacar lo que se hace bien.

He jugado básquetbol en varios equipos federados y amateurs hace 30 años. Sin embargo, la forma en que lideran los procesos algunos entrenadores es radicalmente distinta. He tenido los que se enfocan en remarcar errores, corrigen con dureza y rara vez elogian. Otros en cambio reconocen, celebran y corrigen con balance. Ambos logran resultados, pero las diferencias son evidentes: en un tipo de liderazgo se avanza con tensión, en el otro se progresa con alegría. La experiencia dicta que cuando se busca rendimiento sostenido, el combustible es la confianza, no el miedo.

Aquí entra en juego el conocido Ratio de Losada, una proporción identificada por el investigador Marcial Losada que muestra cómo las interacciones positivas versus las negativas afectan el desempeño de un equipo. Según su investigación, los equipos de alto rendimiento tienen al menos 3 interacciones positivas por cada una negativa. Cuando esa proporción se reduce, también lo hace la efectividad del grupo. Por debajo de ese umbral, se erosiona la moral y comienza el desgaste. Y si bien es cierto que el exceso de positividad también puede llevar a una falsa sensación de progreso, la proporción crítica para el equilibrio está bien definida.

Liderar no es sólo corregir; es construir. Y en equipos que tienen talento -que no son mediocres- el verdadero reto está en cómo llevarlos al siguiente nivel o mantenerlos en el tiempo sin socavarlos en el intento. Se requiere algo más que estrategia y entrenamiento: se necesita confianza, apoyo mutuo, sentido de pertenencia. Cuando se pierde eso y sólo se presiona y corrige, lo que se rompe es la relación entre las personas.

Un equipo fundido no es uno que pierde partidos o baja las ventas. Es uno que, aunque gane, ya no quiere jugar en conjunto. Que empieza a ir por inercia. Que cumple, pero no crea. Y eso, tarde o temprano, se paga.

El liderazgo efectivo no evita los momentos incómodos ni las conversaciones difíciles, pero los equilibra con reconocimiento, sentido de propósito y validación. Porque nadie florece en la crítica permanente, como ninguna flor crece en el asfalto: necesita tierra fértil, agua y también sol.

El fin no justifica los medios. Llegar a la meta no vale la pena si en el camino no hubo alegría, aprendizaje o camaradería. Si un equipo se somete a presión todo el año, no basta con celebrar el resultado. Hay que celebrar el proceso: los entrenamientos con frío, los partidos difíciles, las conversaciones post partido, el famoso “tercer tiempo”. Porque incluso si no se alcanza el primer lugar, el crecimiento y la satisfacción pueden ser enormes.

Construir un equipo ganador no es solo cuestión de técnica o talento. Es saber cuándo apretar y cuándo soltar, cuándo corregir y cuándo celebrar. Porque el liderazgo, al final del día, no se mide solo en resultados, sino en cuántas personas están dispuestas a seguir caminando contigo.

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